Este tipo de imagen resume lo que es internet ahora mismo cuando entras en cualquier red social: un chaval joven, que no llega a los treinta, con un pelo chulo de actor malo de película de acción, tatuajes, ropa ridícula pero cara, que vive encerrado en una habitación que imita a su habitación de adolescente, repleta de muñequitos Marvel, seguramente soltero, que ha tenido muy pocas relaciones (casi todas fallidas), no ha trabajado nunca en el mundo real (y me refiero a uno de esos trabajos de mierda en los que te tratan mal y te explotan), tiene estudios limitados, no ha leído una novela por placer en su vida, no ha visto cine aparte de Pulp Fiction y la otra que le recomendaron para no quedar mal, que tiene cuatro amigos falsos (todos hombres, la misma fotocopia) y, con un lenguaje limitado compuesto por palabritas cortas como «bro», «literal», «loco», «en plan», «o sea», aparece siempre en el mismo formato de entrevista (grabada por él mismo en su habitación de adolescente) dando lecciones -bajo sus luces led- sobre economía, el camino del éxito, seducción, «si eres pobre es porque quieres», criptomonedas de mentira, rendimiento, empresas, las tías más buenas, lo genial que es Trump y el otro nazi de Twitter, lo importante de fracasar para volver a intentarlo, levantarte cada mañana a las seis (para hacer no sé qué), tener tu cuenta verificada aunque no tengas ni para comer, sueños, futuro, cursos online para dejar de ser un fracasado, tu mejor versión y que, si quieres conseguirlo, no importará que vivas en el interior de un coche —de segunda mano y que se cae a pedazos— durante un año, y todo para lograr ser el gerente del Leroy Merlin de tu zona.