miércoles, 16 de abril de 2025

Mi sueño

 De verdad, quiero ser cancelado, detestado por todos, desterrado, exiliado. Quiero liarla públicamente para luego ocultarme bajo una piedra durante unas semanas. A tomar por culo todo lo políticamente correcto, cuidar las formas, la sutileza, que no hiera a nadie, escudarme en que «todo es el contexto». Quiero meterme públicamente con todos los colectivos, reírme de los enanos pelirrojos, de las gordas, los flacos, los veganos, la gente deformada con la cara tatuada, los hombres de nariz grande, los parados, el pueblo gitano, la catástrofe de Chernóbil, los subnormales profundos, los llorones famosos depresivos, las modelos con morros de pato, los diabéticos, las enfermedades raras o la última guerra que dan por la tele. Quiero crear una secta y liderar un grupo de vírgenes esquizofrénicas satanistas, quiero escribir el libro prohibido, ser el guardián entre el centeno, el cocinero anarquista, quiero ser retirado de las tiendas y lanzado al fuego en hogueras en plazas de todo el mundo. Quiero adorar a Trump y ser ese tertuliano que solo suelta gilipolleces en ese programa de máxima audiencia. Quiero ser el columnista de moda que tiene pelazo y se ríe de las feministas, de eso woke que está de moda, de las adolescentes izquierdistas radicales con el pelo azul, de la chavalada que se caga encima y que jamás podrá pagar un alquiler (es demasiado burdo). Quiero escribir largos post en Facebook para poner a parir esa última peli de Disney que le mola a todo el mundo, que va sobre una bollera negra y ciega de Lavapiés que es profesora de cerámica y tiene un novio poeta parapléjico que ama la batucada (a ver, la idea es la polla, seguro que me la compran mañana). Quiero que me escupan en la cara, que se me caguen encima, que me insulten por la calle. Quiero abrazar el fascismo, defender el sentido del humor de Hitler, soltar datos (que no sé) sobre Mussolini. Quiero mearme en la boca de la gente y decir que ya no hay libertad de expresión como hace cuarenta años. Quiero soltar en Twitter que Lorca era una marica mala de Chueca. Quiero llenar teatros con un monólogo y que me adore la gente más cafre: los bebemonster, el bro, el pajillero que nunca ha salido de la habitación de casa de sus padres, el fachapobre que curra en la obra, tu prima la peluquera. Quiero abrazar el mal, ser mala persona, tener poder, ir directamente al puto infierno, que la alcaldesa me dé una medalla, que hagan fiestas en mi honor. Quiero ser trending topic, que me hagan la entrevista, salir en prensa cada día, que digan de mí: «A ver, lo que hace es puro odio, pero luego en persona es tan buena gente». Quiero defender las corridas de toros, la iglesia, incluso a Pitingo si hace falta. Quiero llenar sacos de dinero a costa de mi talento para decir cosas que molesten, sentarme en la audiencia, que me hagan el documental y que luego me den un programa de televisión. Pero también quiero pedir perdón públicamente, reunirme semanalmente con mis abogados, lanzar el comunicado, retractarme, «me pasé de frenada», quiero venirme abajo y llorar en un programa de Tele5 (a ver, sí, lo hice fatal), quiero dar dinero a todas las ONG y a los colectivos con los que me pasé: los niños, las preñadas, las ancianas, la gente que va en silla de ruedas, los sin gluten, las focas del Polo, los abrazaárboles… Y quiero hacer todo esto para ser famoso, ganar mucho dinero, salir en ese programa de cocina, y luego en el otro, comprarme un montón de pisazos y no tener que levantarme nunca más de la cama para ir a trabajar a un curro de mierda.

domingo, 6 de abril de 2025

¿Quieres tener éxito?

 

 

 


 Este tipo de imagen resume lo que es internet ahora mismo cuando entras en cualquier red social: un chaval joven, que no llega a los treinta, con un pelo chulo de actor malo de película de acción, tatuajes, ropa ridícula pero cara, que vive encerrado en una habitación que imita a su habitación de adolescente, repleta de muñequitos Marvel, seguramente soltero, que ha tenido muy pocas relaciones (casi todas fallidas), no ha trabajado nunca en el mundo real (y me refiero a uno de esos trabajos de mierda en los que te tratan mal y te explotan), tiene estudios limitados, no ha leído una novela por placer en su vida, no ha visto cine aparte de Pulp Fiction y la otra que le recomendaron para no quedar mal, que tiene cuatro amigos falsos (todos hombres, la misma fotocopia) y, con un lenguaje limitado compuesto por palabritas cortas como «bro», «literal», «loco», «en plan», «o sea», aparece siempre en el mismo formato de entrevista (grabada por él mismo en su habitación de adolescente) dando lecciones -bajo sus luces led- sobre economía, el camino del éxito, seducción, «si eres pobre es porque quieres», criptomonedas de mentira, rendimiento, empresas, las tías más buenas, lo genial que es Trump y el otro nazi de Twitter, lo importante de fracasar para volver a intentarlo, levantarte cada mañana a las seis (para hacer no sé qué), tener tu cuenta verificada aunque no tengas ni para comer, sueños, futuro, cursos online para dejar de ser un fracasado, tu mejor versión y que, si quieres conseguirlo, no importará que vivas en el interior de un coche —de segunda mano y que se cae a pedazos— durante un año, y todo para lograr ser el gerente del Leroy Merlin de tu zona.

martes, 1 de abril de 2025

Final del partido

 

 


 

 Siete y cuarto de la tarde de este esplendoroso día, y de nuevo ha vuelto a ser otra tarde de esas, como en esa película en la que se repite el mismo día. Y he vuelto a salir de casa y me he vuelto a quedar pegado en un banco de la plaza, como un abuelito tomando el sol. Demasiadas horas de luz para estar expuesto al fracaso, demasiadas horas al día —sin un trabajo de verdad— para comerme la cabeza. Y de nuevo me he vuelto a meter en la cafetería y me he sentado al lado de una decoración repleta de conejitos adorables (por eso de la Pascua), y esa performance de conejos me ha recordado a David Lynch, como si hubiese sido una de sus travesuras. Una de las camareras (una chica joven de mi edad), que casi siempre me atiende, ya se habrá preguntado qué cojones estaré haciendo todas las tardes entrando por la puerta arrastrando mis Vans y pasándome las horas sin hacer nada productivo, mirando Instagram y tomando café.
En estos días no paro de entrar en Jobtoday, Infojobs y otras aplicaciones con la esperanza de encontrar el trabajo que me devuelva a la vida, y he picado en ofertas para ser conductor, repartidor de cosas, lavaplatos, jefe de obra, aparejador y ayudante de cocina. En un venirme arriba, incluso me he apuntado en una oferta para ser director de hotel, por la broma, por la risa. Y también he seguido picando en cientos de perfiles de mujeres de Tinder y Bumble, y, aunque sepa que en esas aplicaciones tampoco hay nada para mí, lo sigo intentando, como lo de ser artista, pero porque no tengo nada mejor que hacer. Si ya sé en lo que fracaso bien, ¿para qué voy a dejarlo?
En mi paseo de vuelta a casa, cuando he pasado por delante de unos contenedores de basura, en el suelo, dentro de una caja de cartón, he visto la foto enmarcada de un perro junto con otros trastos abandonados. He visto la foto y no me he podido resistir y la he cogido, y he sentido lástima al pensar que esa foto de ese perro ya no la querían sus dueños, el perro que una vez llenó una casa de vida y amor. En la foto, el perro aparece feliz atado con una cadena a la valla de una casa de campo, y digo que parece feliz porque está sacando la lengua y no tiene los ojos tristes. De vuelta a casa y con la foto del perro bajo el brazo, he ido pensando que su recuerdo seguiría vivo dentro de mi habitación, en mi estantería junto con mis libros, y si en un futuro vuelvo a meter a una amante en mi habitación y me pregunta por la foto, le diré que ese perro una vez me salvó la vida, y no le diré nada más, pero para hacerme el interesante.
Después de dejar al perro en su sitio, he abierto mi correo y he visto que tenía un mensaje de una productora; era un mail escrito por un robot que me decía que la productora no recibía proyectos externos, ni guiones, dossiers ni nada. Y este ha sido otro mail de rechazo de los mil millones que llevo recibiendo en estos años proponiendo mis cosas. Es raro pensar que la vida al final se ha convertido en esto: propones cosas creativas y, a cambio, recibes la respuesta de una máquina.
No sé, sigo pensando que no se me daría mal lo de ser director de hotel, incluso he fantaseado con la idea de verme en medio de un incendio y yo accionando la alarma en un pasillo y guiando a todos los clientes fuera del hotel, y en el parking, los clientes más ancianos me alzarían como a un muñeco en el final de un partido. «No será recordado como un buen director de hotel, pero al menos le salvó la vida a toda aquella gente en el incendio del verano del 2025».