Para poner todo esto en contexto. Fui un niño de los ochenta criado por una pareja muy normal que había tenido dos niños; se habían casado, habían comprado una casa, tenían un coche, los dos trabajaban en los hoteles, y en sus vacaciones pasaban sus días de descanso en Jaén y Málaga. En el barrio en el que me crié no había nada, aparte de casas, solares vacíos, terrenos de bosques y vertederos de basura. Descubrí la cultura gracias a los quioscos que me traían los cómics y descubrí el mundo gracias a las películas de los videoclubs. En los años ochenta, una lesbiana era una tortillera, una persona gay era un maricón o un marica, un discapacitado era un subnormal, una persona sintecho era una vagabundo. Al ejercicio se le llamaba aerobig y al running se le llamaba jogging. Una prostituta era una fulana, una puta o una ramera. Las películas eróticas eran verdes y el sexo se descubría a través de las revistas porno; mi madre decía «joder» en vez de «follar». La gente tenía un par de hijos y el tercero solía ser el no deseado. La gente estaba todo el día pegada a la tele, se fumaba demasiado, se bebía demasiado, y los hombres pasaban demasiadas horas metidas en los bares. Nadie leía, o al menos yo no recuerdo ver a nadie de mi entorno con un libro en las manos. El cine no tenía etiquetas: no era ni de culto ni independiente; todo eran películas y todas eran buenas en el momento en el que entraban en tu reproductor de VHS.
Teníamos dos canales, y si el sábado por la noche ponían Conan o la Estanquera de Vallecas, esas eran las película que veía todo el mundo. El 123 era el programa de entretenimiento que veíamos todos en familia. La Bola de cristal era el programa de los niños. La música española era una mierda, y si entrabas en cualquier casa y mirabas entre los discos, te encontrabas los mismos de Juan Pardo, Mecano y el de Boney M que ya tenías en tu puta casa. No es que la vida fuese más sencilla y feliz por no tener las cosas que tenemos ahora, simplemente vivíamos de otra manera. Nadie te calentaba la cabeza con sus cuarenta recomendaciones semanales con las 15 series que tenías que ver, o con la nueva peli de culto del momento. Las series que veíamos eran El Equipo A, El coche fantástico y Falcon Crest. Nadie te cancelaba nada y el pensamiento parecía ser más libre. Los spoilers no existían y los expertos en todo tampoco. Tampoco existían los planes; llegabas a casa de alguien y sobre la marcha veías qué hacías, o te quedabas a ver una peli en el sofá con sus padres o salías a dar una vuelta. Los mensajes de texto, los WhatsApp y las redes sociales no existían. Los teléfonos móviles eran ladrillos super modernos que aparecían en las películas y los llevaban los yuppies cuando conducían sus coches rojos descapotables. Schwarzenegger era nuestro ídolo y se pusieron de moda los gimnasios, las clases de karate, las saunas y la ropa deportiva de las marcas Adidas y Nike. Mis primos flipaban con la NBA, con los partidos de los Lakers y los discos de Prince.
No sé cuántas miles de veces pudimos llegar a ver las tres primeras pelis de Rambo. Y las bicicletas dejaron de llamarse bicis para ser Mountain bike. El machismo, como tal, como palabra y concepto no existía en el vocabulario de los ochenta. Nadie era machista aunque viviésemos en una de las épocas más machistas que haya existido en este país (¿alguna época no lo ha sido?) «Mi marido me pega» como coletilla, la cantante italiana con sus pechos fuera, el Tele5 de las Mamachicho; era todo tan terrible para los ojos de un niño.
También fue la época de los primeros anuncios de condones y de los peligros de la cocaína, los anuncios de los accidentes de trafico, el Canal+ y el porno codificado, el programa de Hablemos de sexo y el sida de Magic Johnson… Sí, los años ochenta fueron diferentes… ¿y a adónde quiero llegar con todo esto? Pues ni yo lo tengo claro… Creo que explico todo esto para dibujar una época en la muchos nos criamos desnudos en un país que aún estaba por hacerse.Para poner todo esto en contexto. Fui un niño de los ochenta criado por una pareja muy normal que habían tenido dos niños, se habían casado, habían comprado una casa, tenían un coche, los dos trabajaban en los hoteles y en sus vacaciones iban a pasar sus días de descanso a Jaén y Málaga. En el barrio en el que me crié no había nada aparte de casas, solares vacíos, terrenos de bosques y vertederos de basura. Descubrí la cultura gracias a los quioscos que me traían los cómics y descubrí el mundo gracias a las películas de los videoclubs. En los años ochenta, una lesbiana era una tortillera, un gay era un maricón o un marica, un discapacitado era un subnormal, una persona sintecho era una vagabundo, al ejercicio se le llamaba aerobig y al running se le llamaba jogging, una prostituta era una fulana, puta o una ramera. Las películas eróticas eran verdes y el sexo se descubría a través de las revistas porno; mi madre decía «joder» en vez de «follar». La gente tenía un par de hijos y el tercero solía ser el no deseado. La gente estaba todo el día pegada a la tele, se fumaba demasiado, se bebía demasiado, y los hombres pasaban demasiadas horas metidas en los bares. Nadie leía, o al menos yo no recuerdo ver a nadie de mi entorno con un libro en las manos. El cine no tenía etiquetas: no era ni de culto ni independiente; todo eran películas y todas eran buenas en el momento en el que entraban en tu reproductor de VHS.Teníamos dos canales, y si el sábado por la noche ponían Conan o la Estanquera de Vallecas, esas eran las película que veía todo el mundo. El 123 era el programa de entretenimiento que veíamos todos en familia. La Bola de cristal era el programa de los niños. La música española era una mierda, y si entrabas en cualquier casa y mirabas entre los discos, te encontrabas los mismos de Juan Pardo, Mecano y el de Boney M que ya tenías en tu puta casa.
No es que la vida fuese más sencilla y feliz por no tener las cosas que tenemos ahora, simplemente vivíamos de otra manera. Nadie te calentaba la cabeza con sus cuarenta recomendaciones semanales con las 15 series que tenías que ver, o con la nueva peli de culto del momento. Las series que veíamos eran El Equipo A, El coche fantástico y Falcon Crest. Nadie te cancelaba nada y el pensamiento parecía ser más libre. Los spoilers no existían y los expertos en todo tampoco. Tampoco existían los planes; llegabas a casa de alguien y sobre la marcha veías qué hacías; o te quedabas a ver una peli en el sofá con sus padres o salías a dar una vuelta.
Los mensajes de texto, los WhatsApp y las redes sociales no existían. Los teléfonos móviles eran ladrillos super modernos que aparecían en las películas y los llevaban los yuppies cuando conducían sus coches rojos descapotables por alguna carretera de los Ángeles.
Schwarzenegger era nuestro ídolo y se pusieron de moda los gimnasios, las clases de karate, las saunas y la ropa deportiva de las marcas Adidas y Nike. Mis primos flipaban con la NBA, con los partidos de los Lakers y los discos de Prince. No sé cuántas miles de veces pudimos llegar a ver las tres primeras pelis de Rambo. Y las bicicletas dejaron de llamarse bicis para ser Mountain bike.
El machismo, como tal, como palabra y concepto no existía en el vocabulario de los ochenta. Nadie era machista, aunque viviésemos en una de las épocas más machistas que ha existido en este país (¿alguna época no lo ha sido?) «Mi marido me pega» como coletilla, la cantante italiana con sus pechos fuera, el Tele5 de las Mamachicho; era todo tan terrible para los ojos de un niño. También fue la época de los primeros anuncios de condones y de los peligros de la cocaína, los anuncios de los accidentes de trafico, el Canal+ y el porno codificado, el programa de Hablemos de sexo y el sida de Magic Johnson…
Y sí, los años ochenta fueron diferentes… ¿y a adónde quiero llegar con todo esto? Pues ni yo lo tengo claro… Creo que explico todo esto para dibujar una época en la muchos nos criamos desnudos en un país que aún estaba por hacerse.