miércoles, 14 de mayo de 2025

Diario de lloros

 

 



A las cinco y media de la tarde ha sonado la alarma del móvil. Había parado de llover, y la lavadora también. Después de una intensa siesta de día libre, he tendido la ropa y he salido de casa para tomar café. El cielo seguía estando gris, con ese tono a punto de llover en cualquier momento. Seguía estando en el Arenal y viviendo mi pesadilla. Llevaba en la cartera unos diez euros, y con eso iba a tomar mi café y luego haría una compra de atún y una bolsa de lechuga para hacer una ensalada; en casa tenía huevos, y no sé si también me quedaba una lata de maíz; esa sería mi compra. Normalmente como y ceno en el trabajo, pero eso es algo que no puedo hacer en mis días libres. No sé, sería raro. Qué puto asco la gente pobre, de verdad, los pobres sobran en el mundo, como la gente fea que está mal hecha. El mundo debería estar liderado por gente guapa y joven. La gente fea es previsible, van de cultos, te hablan de cine y literatura, y son un coñazo. En una persona guapa no hay capas, no hay nada que rascar; el guapo siempre va de cara con lo que hay, que suele ser nada; la belleza como la nada más absoluta, «solo puedo ofrecer belleza, fóllame ya».  
  Al rato de estar en la cafetería, ha aparecido un grupo de personas ciegas y se han sentado a mi lado; iban todos muy alterados (imagino que por estar de vacaciones), gritaban todo el tiempo y me han parecido muy divertidos. Como eran un pelotón, me he cambiado de silla y les he cedido un par, para que entrase todo el grupo en un par de mesas juntas. He vivido ese momento como la señal de algo que tenía que ver con mi diabetes y mi futura pérdida de la visión. Después de un bocata y un café, le he hecho una señal a una de las camareras jóvenes para pagarle. Ella, completamente encabronada por el estruendo que estaba liando el grupo de personas ciegas, incapaces de hablar en un tono normal, ha cogido mi billete de cinco euros y me ha dicho: «Perdona, que no te había oído con tanto grito». Luego le he enseñado mis auriculares.
—Siempre los llevo puestos.
—Ya. Yo haría lo mismo si me dejasen.  
Después de hacer la compra, cuando he salido del supermercado, han empezado a caer cuatro gotas. De vuelta a casa, con mi atún y mi bolsa de lechuga, he seguido caminando con una sensación de paz y relajación, como de estar en un día perfecto para no hacer absolutamente nada, cosa que no he conseguido porque siempre termino delante del ordenador escribiendo mis lloros y reflexiones.  


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