domingo, 8 de junio de 2025

Tiempo

 Con el intento de seguir poniendo orden en mi vida,  hace unos días seguí tirando restos de la pasada vida de mis padres. Ya me había deshecho de la mesa del salón, que era un trasto viejo y gigante que se comía casi todo el espacio de la casa; tiré las pinturas que colgaban de las paredes, que eran terribles ; limpié cajones y me deshice de recuerdos de mi padre de cuando era joven; tiré un gorro de marinero lleno de polvo y un par de libros de hostelería que eran puro papel podrido. En un cajón encontré unas gafas de mi padre —que no sé por qué no había tirado aún— y un reloj de pulsera color plata, pesado , pero de aspecto cutre y barato, que posiblemente no fuese barato en el momento en que lo compró, hace doscientos años. Cogí el reloj con la intención de meterlo en la basura, pero me frené pensando que mi padre jamás habría tirado su reloj. En realidad, mi padre jamás tiró nada en su vida, y mucho menos en su vida de anciano. Supongo que eso va ligado con lo de hacerse viejo: las cosas no se tiran, aunque estén rotas o no te las vayas a poner más. Pensé que ese reloj era de las pocas cosas que me quedaban de mi padre, aparte de esas horribles gafas baratas y las cientos de fotos familiares, de él haciendo el servicio militar, el álbum de la boda de mis padres, fotos rodeados de familiares (que apenas conozco) y visitas al pueblo de Villarrodrigo. Pero las fotos es algo que jamás tiraría, porque las fotos siempre han tenido sentido para mí, por lo visual, porque detrás de una imagen siempre hay una historia, y en las fotos las personas siguen vivas. Ahora pienso que nunca me pondría ese reloj, ni aunque funcionase, porque nunca me ha gustado llevar nada colgando de los brazos, y los relojes siempre me han parecido objetos ridículos. Prefiero que me regalen una vieja caja de zapatos repleta de fotos con personas que no conozco a llevar un pesado reloj de pulsera. Además, sé que jamás volvería a tener citas románticas si empezase a llevar ese reloj.