No sé, llamadme loco. Veo en las noticias la manifestación en Berlín en contra de las mascarillas “una protesta negacionista”. La tierra es cuadrada, el virus es un invento de Bill Gates y no sé qué del 5G de Miguel Bosé. No sé, toda esa gente manifestándose sin protección es una amenaza ¿no? ¿Dónde está la policia con las porras dándoles en la boca a todos? Tengo mucho calor y estos son mis pensamientos ahora mismo, me caliento, lo siento.
En otra notica veo que Trump quiere prohibir el Tik Tok porque China esta robando datos a los americanos para utilizarlos en una futura guerra nuclear o yo qué sé, joder. Soy partidario de prohibir esa red social, pero porque es una puta mierda. Me estoy haciendo mayor y cada vez soy más intolerante con la mierda. Con la edad me volveré un viejo facha con un arma de fuego, beberé whisky directamente de un botella sentando en el porche de mi casa de madera y os odiaré a todos. En estos días he vuelto a mi isla (Mallorca) para pasar unos días y cargar las pilas (mis pilas del odio). Bajé del avión y me encontré con un aeropuerto casi vacío, algo raro por estas fechas, todo es raro por estas fechas en este 2020. Fui en coche hasta el Arenal (mi barrio, mi pequeño Bronx particular, mi hogar). Salí de la autopista un par de salidas antes de mi destino, la curiosidad y el morbo de ver qué había pasado con nuestro turismo “de calidad” de este año. El Arenal casi vacío; hoteles cerrados, hoteles en los que había trabajado y en los que había sido tan feliz años atrás. Felicidad que casi me lleva a llevar mi cara encima de una plancha encendida para acabar con mi vida y dar el mejor espectáculo de comedia de todos los tiempos, delante de giris muy locos con sus bocas llenas. Llego hasta la Calle de la cerveza y veo que está cerrada, se ha tenido que liar muy gorda para que cierren esta zona. Más hoteles cerrados, algunos alemanes haciendo el gilipollas (los típicos grupitos de siempre). Sigo con el paseo y llego hasta la playa del Arenal. Pensaba que lo vería más muerto pero me encuentro con el mismo turismo de siempre: más grupos de gilipollas (el ocio nocturno y la basura de siempre). Eso sí, todo más reducido. Menos ocupación, menos turismo, la calidad humana la misma. Me pongo triste y llego hasta mi casa, el viejo barrio, casi a oscuras. El barrio tiene farolas pero parece siempre oscuro, imposible de iluminar, será por el lugar. Entro en mi casa y mi padre en el sofá, de fondo una película de vaqueros (una del canal ese que nunca pondré en mi vida). Ceno, me doy una ducha y le comento que me apetece bajar hasta el paseo de la playa, por dar un paseo, por acabar con mi vida y tirarme al mar y ahogarme, yo qué sé, un final romántico después de una carrera de éxitos en Youtube y el paro. Mi padre me dice que no salga, que el Arenal da asco. Me dice que no me acerque hasta la plaza, que la semana pasada sacaron de un piso patera a 40 negros con el virus. Todo esto me lo dice mientras intento meterme una hamburguesa en la boca. Luego pienso en cómo era mi vida el año pasado; por estas fechas estaba metido en la cocina de un hotel y tenía un contrato que decía que yo era ayudante de cocina, y tenía un sueldo, un gorro de cocina y un turno partido (vale, todo era un asco, pero es que nadie me llamó para ese trabajo de éxito en el audiovisual). «Aquí no hay más que chinches» me dijo mi padre. Después de eso me metí en la cama y no dormí en toda la noche. Siempre que vuelvo a mi barrio me siento como en una peli de Filmin: ex cómico que casi lo peta en algo vuelve a su barrio para intentar tener un trabajo normal y finalmente triunfa como lavaplatos en una cocina. Me acabo enamorando de una camarera de pisos de 50 años con dos hijos de 20 años; uno trafica y el otro está en la cárcel. Me voy a vivir con ella a su pequeño piso con grietas, con su madre anciana con demencia y dos perros subnormales que acabo cuidando y los saco 4 veces al día para no estar con ellas en casa. En la parte final de mi vida me da por escribir y vuelvo a la comedia con un monólogo muy triste sobre perros y turismo (al final me compran una serie pero ya soy demasiado mayor para volver). También uno de los hijos puede salir de la cárcel y me ofrece entrar en el negocio de la droga, el otro intenta matarme. De verdad, no sé de dónde salen estas extrañas ideas, la vida al final es esto.
Después de pasar unos días buenos en la isla vuelvo a Madrid. Al llegar al aeropuerto me encuentro con todas las medidas de seguridad del mundo; película de ciencia ficción en la que una pandemia ha acabado con millones de personas. Después de pasar por todos los controles me meto en un avión petado de gente (una puta lata de sardinas) y pienso: De verdad, nos merecemos la extinción, otra vez, todo el tiempo. Todos los controles para luego esto, no sé, es raro, soy raro, estoy loco.
Termino de escribir toda esta mierda (porque escribo fatal y lo sé), con las noticias de fondo, sudando como un pollo con el portátil en las piernas (soy un autor, no pasa nada). Mirando las noticias siempre pienso lo mismo: qué bien queda cualquier crisis a la hora de vender una noticia, que el negocio no pare. Luego hablan de los 19 muertos en Catalunya en las últimas 24 horas. Nos están poniendo toda la información delante de la cara pero aquí no pasa nada, las vacaciones tienen que seguir. Voy a escupir Jagger y luego a la cama.
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