lunes, 2 de marzo de 2020

UNA VIDA LABORAL DE ÉXITOS



Tenía 42 años y había vuelto de nuevo la isla después de un intento frustrado de vivir en Madrid en el que casi acabo viviendo en un cubo de basura. Recién separado, después de salir de mi ex casa, con una bolsa con algo de ropa (sucia) y sin un puto duro, me metí en un avión y me planté en Madrid, a lo kerouac. Pasé los peores y mejores meses de mi vida viviendo en un pequeño cuartucho con una pequeña cama al lado de una ventana con vistas a una vieja lavadora. En abril volvía a Mallorca para vivir de nuevo con mis padres. Pensé «vale, volveré a mi casa y encontraré mi vieja habitación como la había dejado en el 99: con mis posters de Nirvana, Morrison, Janis Joplins, mi estantería con mis revistas guarras y mi torre de música». Nada de eso estaba, esto no es una peli indie. Me encontré con una habitación color verde y pintura naranja que le había sobrado a mi padre de no sé qué extraño experimento de decoración para jubilados. Una vieja cama para dos personas pero incómoda, unas cortinas recién salidas de una escena de un crimen, una foto enmarcada del pueblo de mi padre en Jaén (foto que saqué al pasillo), y otra foto en blanco y negro de la boda de mis padres (que metí en el armario para no tener pesadillas), por cierto, en la foto mi madre llevaba unos guantes blancos monisimos, y mi padre tenía cara de camarero. Me tumbé en la cama y me sentí de nuevo vacío y en la mierda “como todo buen recién separado de un largo matrimonio”.
 Abrí mi aplicación de tinder y nada, luego abrí mi aplicación laboral y tenía una notificación: me habían preseleccionado para un puesto de ayudante en un importante restaurante de hamburguesas gourmet (son como todas las putas hamburguesas de toda la vida pero con más mierda dentro y los pijos flipan con ellas). Salí de la cama y cogí el coche para ir a la entrevista de trabajo; estaba de nuevo en la isla, estaba preparado para volver a vivir, para recomponer cosas, nada podía salir mal.
 Llegué hasta el restaurante: local pequeño, pocas mesas, sitio fino, grandes cristaleras, muy limpio, todo perfecto para los selfies de instagram. Me senté a hablar con el jefe de cocina y el jefe de sala (los dos socios y propietarios, dos empresarios: tipos jóvenes con buen pelo, gente de éxito, buenas familias, dinero, coches grandes y caros, fincas, esposas rubias embarazadas del segundo hijo, viajes a Nueva York, algún salto en paracaídas, poco tenía que ver con ellos). Nunca antes había tenido una entrevista de trabajo con pijos empresarios que también son “curritos”, empresario pero también camarero, es raro, ahí choca algo que no puedo comprender. Eres pijo pero también estás trabajando de camarero en tu propio negocio, el curro de camarero es una puta mierda y lo hace la gente que no puede hacer otra cosa. Y el jefe de cocina lo mismo. Me senté con ellos y hablamos: «llevamos ahora un año aquí y lo estamos petando (gente de éxito), hacemos hamburguesas “gourmet" (me pasaron la carta, cartón del caro, buena presentación), y ahora estamos buscando a un ayudante de cocina. Hemos mirando tu currículum y tienes mucha experiencia en hoteles. No sé si te puede interesar.
-He vuelto a la isla para pasar una temporada, he estado viviendo unos meses en Madrid haciendo otras cosas que no tienen nada que ver con la hostelería.
-¿Pero te vas a volver a Madrid?
-Yo si estoy bien y estoy a gusto me quedo.
-Aquí tenemos trabajo para todo el año.
-¿Cuando puedo empezar?
-¿Mañana?
(qué rápido todo, ¿no?).
Entonces volví a casa con trabajo, me metí en mi coche sucio y viejo y me puse música indie pop (perfecta para tener un accidente en carretera). Entré por la puerta de casa con la cabeza bien alta y le dije a mi padre que había conseguido trabajo, su hijo, el orgullo de la familia, ya no sería nunca más ese hijo perdido en la mierda que no hace nada y se pasa las horas metido en su vieja habitación de adolescente viendo porno chungo de tipas que se escupen a los ojos (porno de ese moderno). Al día siguiente me levantaba siendo otra persona; me metía de nuevo en mi viejo coche y aparcaba fuera de la zona azul “a tomar por culo del curro”, cogí una bici del ayuntamiento para llegar al trabajo, entré por la puerta. El jefe me dio un delantal. Podía trabajar en vaqueros y de negro (guay porque siempre visto así). Cortar patatas para freír, boniato, pelar unos ajos, preparar guacamole para los nachos, poca cosa más. Sencillo, pequeño, todo a mano. Nada que ver con las gigantescas cocinas grasientas con sus 20 almacenes, cámaras frías, pasillos interminables con sus camareras de pisos lanzándote sus carros a la cara. También era la primera vez que iba a trabajar en un equipo pequeño: en el turno de la mañana siempre con el jefe, y en el turno de la tarde con el jefe, el segundo de cocina y una chica de refuerzo los fines de semana. Cada mañana tendría que estar con el jefe, solos, yo con él, tendríamos que conocernos, hablar de cosas (eso siempre es peligroso). Cuando trabajo cambio, me meto en un disfraz de trabajador, me pongo serio, puedo ser una persona muy aburrida, mantengo las distancias. Supongo que es lo que te da la experiencia.
Aprendí a hacer el trabajo en pocos días. Me apuntaba las cosas, el jefe me veía escribiendo notas, le hacía fotos con el móvil a los platos: Las Hamburguesas las hacían los jefes. Yo me ocupaba de los nachos y unos bocadillos calientes (no era un trabajo en la NASA). A las dos semanas ya me sentía dentro, era Neo parando las balas en el aire, sacaba el trabajo bien y rápido. Después del servicio tenía que fregar cuatro cacharros, chupado. Tenía por fin un trabajo en el que me sentía a gusto y valorado -«el jefe está contento contigo»- me decía el segundo de cocina-. -«es que no sabría qué hacer sin ti»- (me llegó a decir una vez). Joder, pero qué guay todo. Libraba los domingos, veía mi porno chungo porque el tinder no me funcionaba, volvía a tener dinero para ir al cine, me compraba algún libro de vez en cuando, hasta me compré unas zapatillas modernas de cuarentón en crisis, sentía que mi experimento de ser una persona normal estaba funcionando.Ya no tendría que ser autónomo nunca más y tendría trabajo para todo el año. 
Llegó el verano y yo estaba delgado, estaba bien. Ya no tenía ganas de atracar una farmacia o de explotar una gasolinera para desahogarme por toda la frustración acumulada de mis anteriores meses sufriendo en Madrid. Iba al trabajo, metía nachos en un horno, tiraba la basura, salía, entraba, me duchaba, cogía bicicletas del ayuntamiento, veía a mi hija, comíamos pizza, una vida normal. -el jefe tiene miedo de que te vuelvas a Madrid y que nos dejes-. -¿qué?, no, no pienso volver, estoy a gusto con vosotros, me gusta el trabajo-. -Pues con nosotros vas a tener mucho trabajo-. Aquellos días de fantasía, no follaba pero mi vida laboral era todo placer. No me voy, me quedo, joder, me quedo con vosotros (imitando la escena del Lobo de Wall street).
 Una tarde, sin avisar a nadie, apareció un tipo; yo estaba con el segundo jefe de cocina. -hola, vengo a trabajar-. -¿a trabajar? pero si no me ha avisado nadie, no entiendo-. Contestó el segundo.
-Si, hablé con el jefe y me quería probar hoy-. El nuevo dejó su bolsa en una taquilla y se plantó conmigo en la cocina, a la espera de que yo le enseñara el trabajo. Fue un servicio raro. En un momento de descansó el nuevo salió a fumar un cigarro y me quedé solo con el segundo de cocina. -Pero qué raro, nadie me lo había dicho.
-Esto es que sobra alguien aquí, está claro.
-Pues uno de nosotros.
-Tú no vas a ser que eres de la casa, eres el segundo de cocina.
-Pues también es verdad.
Aquello de repente era un programa de la tele con cámaras grabándolo todo, un gran hermano mierda, un jefe infiltrado, una puta pesadilla en la cocina. En mis meses trabajando con ellos nunca hablé de fútbol, nunca me fui de fiesta y coca con los camareros, nunca saqué mis fotos de viaje en el móvil, de Nueva York o Londres. Yo no tenía dinero, ni aventuras, ni pelo, no iba al gym al salir del trabajo. Los días libres no iba con mi tabla al surf a buscar la ola perfecta. Yo era un tipo normal que iba a hacer su trabajo, sin más. Una semana más tarde fui directo al jefe -¿qué está pasando aquí, cuentas conmigo para los próximos meses o no?
Te digo la verdad, estoy probando al nuevo y me gusta más, me voy a quedar con él.
¿Pero he hecho algo mal? sé sincero, porque creo que el trabajo lo saco. Estabas contento conmigo.
-Sí, si trabajas bien, pero últimamente has aflojado un poco, y hace dos semanas te quitaste el delantal el primero.
-¿De qué cojones estás hablando, es una broma?
-Y una noche te dejaste el lavaplatos encendido.
-¿Qué? ¿qué porro de droga te has fumado, qué estás diciendo? ¿esto tiene que estar guionizado porque no es normal?
-Lo siento.
Después de esa conversación decidí largarme, me cambié de zapatos y salí por la puerta. ¿el nuevo era colega de ellos? ¿qué hice mal?
Más tarde y por mensaje privado, me enteré por unos de los camareros “no socio del local” de que le caía muy mal al jefe de sala, no le gustaba yo, mi aspecto, mi vida. Siempre me estaba observando, intentando pillarme por algún lado. Ya no vale con trabajar bien, callar o hacer todas las horas extras del mundo. Ahora también tienes que se un puto gilipollas para caer bien. Lo aprendido: es mejor trabajar en un grupo grande de gente normal y pasar desapercibido.

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