jueves, 17 de junio de 2021

LO DE VOLVER



Siempre que vuelvo a mi viejo barrio me invaden las mimas sensaciones. 18:09, café con leche con hielo, depresión y cruasanes sin azúcar. Acabo de volver del supermercado y me he encontrado con mil niños de borrachera; el turismo basura ha vuelto a la isla y aquello de la pandemia ya es historia. He vuelto al dolor, he vuelto a caer, he vuelto al agujero de mi infancia. Lo más divertido de volver a vivir con mi padre es que me hace sentir como un niño de 12 años, que se acaba de divorciar y ahora bebe y fuma. Llevo 3 días por aquí y tengo la sensación de llevar ya 10 años. Cuando vuelva a salir de aquí necesitaré terapia y cuatro grupos de ayuda. Demasiado calor (demasiada calor), ¿el agua o la agua? «El Arenal Splendor», mi barrio alemán de toda la vida. Volví el pasado martes y lo hice todo mal; ¿sabes cuando buscas el primer vuelo de la mañana pensando que te vas a ahorrar unos cuantos céntimos? Pues al final me salía más barato el avión que llegar hasta él. Luego se me olvida que ahora vivo en Móstoles (en esta última etapa madrileña).

Para volver a la isla tenía que estar en el aeropuerto a las 6 de la mañana. La Renfe empieza a las 5 de la mañana; Renfe hasta Atocha y luego bus hasta el aeropuerto. Taxi y guanifiller hasta el aeropuerto por unos 35 o 50 euros. ¿Y alquilar un coche hasta el aeropuerto, un caballo, bicicleta? Finalmente, sobre las 4 de la madrugada salía de casa y no pude dormir una puta mierda -¿qué cojones vas a dormir si en un par de horas tienes que estar saliendo por la puerta? Antes de las 4 ya estaba en la cocina haciendo un extraño desayuno -cena rara- mientras me peleaba con un mosquito gigante.
 A las cuatro y algo de la mañana pasaba el bus nocturno y me hacía un recorrido gratis por los lugares más feos -y que no había visto- de Móstoles. Durante el viaje, fui acompañado de héroes trabajadores del turno de la mañana: personal de limpieza, currantes de los hoteles, gente de otra pasta. Me miraron mal, me señalaron con el dedo, a mí y a mi sombrerito de moderno. Bus hasta Pio y de allí otro hasta Cibeles, y de Cibeles hasta el aeropuerto. ¿Y comprarte una moto? ¿Y pegarte un tiro en la boca? Antes de las 6 ya estaba por el aeropuerto para pasar el control acompañado de un montón de gilipollas; odio a toda la gente cuando tengo que pasar un control, porque sí, porque es mi odio.   

Durante el vuelo intenté dormir y fue un desastre; eso que pasa siempre que intentas dormir durante un vuelo, que es todo una puta mierda y tu cuello te lo recuerda todo el tiempo. Sobre las 9 de la mañana tocaba tierra penando en el palito que me iban a mater por la nariz -¿de Madrid? -Sí-. -Pues pasa por ahí-. Al llegar al control, una chica muy amable me preguntó si estaba vacunado, si tenía algún síntoma, si había pasado el virus o si me había muerto en algún momento de la pandemia. Le contesté que no, y que volvía a la isla que me vio nacer para recibir mi vacuna. Me ido un papel y me dio tres posibilidades para hacerme la puta PCR. -¿No me la puedes hacer ahora, aquí mismo? -NO-.  

 Salí del aeropuerto y me metí en el bus dirección S´Arenal;  5 euros más tirados a la basura. ¿Y alquilar tu propio avión? Mientras llegaba al Arenal, en mi interior, iba pensando que me encontraría otro Arenal al que había dejado el pasado Abril, no sé, un Arenal más alegre, bonito y luminoso. Al llegar a la parada de la playa y bajar del bus, me encontré con una playa vacía; de nuevo, el gueto desierto y en ruinas -y yo que venía a hacer la temporada y ganar todo el oro-. Luego volví a recordar las pasadas conversaciones con mi padre: «Aquí no hay más que ratas». Sobre las 10 y algo de la mañana me sentaba en la cafetería -sin aire acondicionado- y me pedía otro café y un bocata. A mi lado, una pareja de currantes desayunaban y hablaban de instalaciones de gas y otras cosas súper interesantes. ¿Por qué nunca me metí en el negocio de las instalaciones de cosas?
 Sobre las 11 entraba por la puerta de mi casa y me encontraba a mi padre roncando en la cama; estaba de vuelta en mi hogar. Por la noche me encerré en mi pequeño cuartucho -habitación- y seguí viendo una película que tenía a medias de Roberto Rossellini; ahora estoy pasando por un ciclo de neorrealismo, pero porque siento que todas esas películas hablan de mí. Terminé de ver Stromboli (título del film que está en Filmin), y me puse muy triste. Luego pensé que la peli que había visto era la historia de mi vida. Ingrid Bergman hace de mí, y se casa con un marinero italiano muy macho, luego, obligada, se va a vivir con él a un pequeño pueblo de Mallorca junto a un volcán, y el pueblo está repleto de viejos. La Bergman no sabe qué coño hacer en ese maldito lugar, no encuentra un maldito Starbucks con wifi para mirar Twitter. Durante el film, se pasea sola por el puto pueblo bajo la mirada asesina de todas las viejas vecinas que son unas hijas de puta… Y al final…bueno, qué gran final. Al final me acabo tirando al interior de un volcán.

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