21 de diciembre
Hace dos años por estas fechas me estaba moviendo por los metros de Madrid para ir a trabajar en la cocina de un restaurante en Lavapiés. En esos días festivos siempre notaba más presencia de seguridad cerca de las vías; por si a alguien se le ocurría tirarse a ellas, imagino. En algún momento pensé que yo también me podría lanzar buscando mi muerte. Pero, ¿y si en el momento que lo hiciese, el tren tardaba nueve minutos en pasar? Ese momento de vergüenza máxima ahí esperando sería terrible, con toda la gente mirándome, preguntándose qué hacer: ¿Bajamos a por él? Pero, ¿y si el tren que me tenía que acabar aplastando no pasaba, porque a otra persona también se le había ocurrido la idea de lanzarse a las vías antes que a mí? Luego me imaginaba volviendo a subir al andén por mis propias manos, y mientras me quitaba el polvo del pantalón, le decía a los de seguridad que me había resbalado y que lo sentía mucho por haber montado el numerito.
Después de pensar estas cosas, descartaba toda idea de suicidio y me metía en mi tren y seguía mi día metido en la cocina, que también era otra forma de suicidio.
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