Mi vida digital
No sabría ponerle fecha al momento exacto, debió ser a principios del 2008, ¿febrero, marzo? Entré en la caseta -caracola- de la productora que estaba situada en el parking de la televisión. Al abrir la puerta me encontré con un compañero sentando delante del ordenador, y a otra compañera, de pie, mirando también la pantalla; el compañero acababa de abrirse una cuenta en esa nueva red social llamada Facebook… Pero antes de ese día, ¿había oído hablar ya de Facebook, o me estoy inventando este dato?.. Recuerdo a mi compañero de la productora rellenando sus datos personales en Facebook, subiendo su foto de perfil, fascinado por aquella nueva “herramienta” que acababa de aparecer… Ahora, echando la vista atrás, aquel momento vivido queda en mi memoria como el recuerdo del inicio del fin de todo, y todo lo que vendría después lo cambiaría todo.
Ahora retrocedo unos meses: en otro punto del 2007 estoy trabajando en otra productora y estoy de pie, delante del ordenador de mi jefa. Ella me ha preguntado cómo le puede enseñar a sus amigos un montón de fotos que tiene de ella; fotos personales, de vacaciones, de fiestas con sus amigos. Le digo que puede enviar esas fotos por mail, pero eso a ella le parece un coñazo. Luego le digo que lo que puede hacer es abrirse un blog y subir todas las fotos, y luego pasarle en enlace a sus amistades. Pero aquella opción tampoco le parece muy atractiva. Al final no sé qué hizo, la dejé delante de su ordenador y seguí con mi trabajo. Y si retrocedo un poco más, me voy a mediados de los 2000, y mis primos que tenían un bar, decidieron poner un par de ordenadores para los clientes «para conectarse a la red», y todo esto cuando aún no existía nada, ni Facebook, ni Youtube. El mundo aún era limpio, puro e ingenuo.
Recuerdo meterme en aquellos ordenadores para entrar en el buscador y meterme en alguna pagina web de arte, ¿el buscador era Yahoo!? El fenómeno fue creciendo y aquello parecía que no iba a parar… Aquella nueva moda no tenía nada que ver con -tener un ordenador en casa para jugar a juegos y ya está-. Internet era otra cosa, algo más grande que aún no sabíamos muy bien para qué era, todo era nuevo y estaba creciendo a mucha velocidad.
Y antes de internet, ¿qué hacíais?» Pero qué gran pregunta. Antes de la llegada de aquellos ordenadores al bar de mis primos, recuerdo que hacíamos cenas en mi antiguo piso: venían los amigos, traían una botella de vino y nos sentábamos en nuestra pequeña mesa del salón y cenábamos, hablamos mucho, nos reíamos y nos preguntábamos entre nosotros cómo había ido la semana; nos poníamos al día de nuestras cosas. En aquellas cenas de los primeros 2000, no hablamos de redes sociales, o de series de Netflix o HBO; en aquellas cenas hablábamos de películas, libros, sobre la situación política del país (unos más que otros), hablábamos de nuestros trabajos y de lo nuevos proyectos que queríamos poner en marcha. Y sobre todo, nos interesamos por la persona que teníamos a nuestro lado y escuchamos lo que nos tenía que decir. Más o menos todos íbamos en la misma dirección: una relación en pareja, una casa, un coche, un mascota asesina, una vida laboral, unos ahorros para viajar de vez en cuando, y sí, el mundo era otro.
Con la llegada de Facebook nos enganchamos a la vida de los demás; de repente, la vida de los «demás» parecía más interesante que la nuestra. Empezamos a mirar qué amigos tenían nuestros amigos, y empezamos a hacernos amigos de gente que -no conocíamos de nada-, por la simple razón de tener muchos amigos en aquella nueva red social. Mi generación pasó de Tuenti (aquello era para la gente joven, ¿no?) También tuve mi cuenta de Myspace, pero creo que nadie entendió muy bien para qué diablos era Myspace.
Una mañana entré en mi Facebook y un conocido mío compartió en su muro: «acabo de entrar en esta mierda antes de mirar mi correo electrónico». Aquella frase se me quedó grabada, no sé por qué. Fueron momentos de cambios… En el 2009 estábamos más pendientes del muro de Facebook que de nuestras propias vidas. Ya no existía esa persona sin su cuenta de Facebook. Compartíamos nuestros pensamientos todo el día, subíamos nuestras fotos personales, rellenábamos cuestionarios sobre nuestras preferencias, nos enganchamos a los -qué personaje eres de Friends según tu perfil, a los juegos online y mil mierdas por el estilo-.
Facebook empezó a controlar nuestras cabezas. Rellenamos todos aquellos formularios (aún lo hacemos) sin leer lo que estábamos a punto de firmar. Las condiciones legales de la aplicación: dime tu nombre completo, quién eres, dónde vives, tu número de teléfono… absolutamente todo.
Cuando apareció Youtube yo fui de los primeros en experimentar con la aplicación, subiendo mis vídeos de humor, mis cortometrajes. Todo eso sin esperar nada a cambio, sin la obsesión actual del -que me vean todo el tiempo-. En el 2006 Youtube era un bebé y no existían los youtubers, el termino «viral» no existía y el mundo digital era más tranquilo… El algún punto entre el 2008 y 2012 todo se digitalizó: cualquier tramite, cualquier movimiento o consulta, todo lo empezamos a hacer a través de internet. Comprar un billete de avión, mirar el horario del cine, escuchar música, o leer las noticias a través de los periódicos digitales. Por el 2011 llegó a mis manos un móvil con internet, y a partir de ahí la cosa fue a peor (o mejor, yo qué sé). Pasamos de correr para volver a casa para pegarnos al ordenador, a tener todas nuestras redes en las manso desde nuestros móviles -cada vez más pequeños-, luego se hicieron más grandes. Va por modas.
En el 2010 apareció Instagram y en el 2012 compartía mi primera foto. Cómo hemos pasado del subir al «compartir». Términos que se fueron integrando en nuestro vocabulario. Instagram apareció como una aplicación rara y pequeñita que servia para subir fotos con unos filtros muy «cool», que convertían las imágenes en fotos antiguas, retro, de los 60. Instagram hizo creer a todo el mundo que era un experto fotógrafo de galería de arte… Luego la aplicación se hizo más grande y se convirtió en otra cosa.
Likes, Me gusta, compartir, viral, viralidad, “para que me vean”, influencer, famosos de internet, vídeo viral de Youtube, «petarlo en internet para petarlo en el mundo». Patrocinadores, el partner, la marca, impacto en redes, community manager, presencia, linkedin, nuevos gestores de contenido «el contenido», social manager, visual thinking, creadores de contenido, reproducciones, retuits, interacciones… y el mundo se fue a la mierda… Y en algún punto de todo esto, nuestra paciencia y atención, nuestro modo de recibir, percibir, gestionar la información, comunicarnos, empatizar, valorar las cosas y consumir, transmutó a otra cosa. Facebook se quedó para siempre y se convirtió en nuestro día a día, en nuestra forma de comunicarnos con los otros. Facebook fue la primera red social “para todo el mundo”, el Big Mac de las redes sociales; en la que están tú tía, tus primos, tus amigos casados y divorciados, tus ex, tus padres, y aquel jefe que tuviste hace años que era un hijo de puta.
¿Y cuándo se fue todo a la puta mierda? Se fue todo a la puta mierda en el momento en que pasamos más tiempo dentro de todas esas aplicaciones que en nuestras propias vidas. Cuando perdemos más tiempo en pensar en todo lo que «compartimos» para buscar el like, una aceptación en un mundo digital en el que nos ven miles de personas que no conocemos de nada, y posiblemente, en el mundo real no sería nuestros amigos, nos caerían mal. ¿Por qué me afecta una crítica sobre mi trabajo hecha por una persona que no conozco de nada? Posiblemente hecha por una persona que normalmente no haga nada, ni sea creativa, y lo único que hace es estar delante de sus pantallas criticando lo que hacen los demás. ¿Y en qué momento he empezado a pensar así y me preocupo por lo que los demás puedan pensar sobre lo que comparto en mis redes? Llegó un momento en el que todo lo que empezamos a compartir tenía que pasar por unas “valoraciones”, y si lo compartido no gustaba lo eliminábamos para no dejar rastro de nuestro fracaso.
Todo es «contenido», tú eres contenido, me gusta tu contenido. Desde el momento que te levantas y subes tu primera foto, story a tu Instagram, tuit, comentas algo o compartes algo en Facebook, eres parte de ese «contenido». Hemos pasado de los creadores, artistas, escritores, actores, editores , pintores, músicos, fotógrafos, periodistas, cineastas, a ser todos creadores de contenido. Picasso ahora también sería creador de contenido y se pasaría sus días metido en Instagram, buscando la aprobación de sus seguidores sobre sus nuevas pinturas. ¿Te imaginas?
Y el algún punto de todo esto perdimos la objetividad y el sentido de las cosas. ¿Realmente vale la pena pasarse todo el día expuesto en nuestras redes sociales? ¿Para qué, y a cambio de qué? -Me gusta lo que haces, me gustas por todo lo que compartes, eres muy ingenioso, envidio tu estilo de vida, seguro que eres una persona super interesante por todas las cosas que subes y que compartes… Yo quiero tener su vida porque se pasa todo el día de fiesta, le regalan cosas, está siempre de vacaciones, subiendo sus increíbles fotos desde playas maravillosas y piscinas, rodeado de gente famosa y genial-. «Que me vean todo el tiempo haciendo mil cosas, aunque en realidad no haga nada». De verdad, ¿vale la pena todo esto?
Y vuelvo otra vez al viejo mundo, a aquellos días en los que leíamos en la cama, o alquilábamos un par de películas y las veíamos el mismo día; o cuando nos metíamos en una sala de cine sin llevar un móvil en el bolsillo; cuando aún teníamos concentración y paciencia para hacer cosas. ¿Alguien se acuerda de todo eso? ¿Cómo vamos a volver a centrarnos en algo que pase en la vida real si estamos todo el día pendientes de -quién me ha visto, qué habrán comentado sobre mi última publicación, o quién me habrá dejado de seguir-.
Todos somos figuras públicas o personajes públicos. ¿Qué coño quiere decir eso? Cualquier persona: tu primo, tu tía de Valencia, aquella jefa de mierda que tuviste hace unos años y te hizo la vida imposible. Ahora cualquier persona se puede abrir una cuenta en una red social y poner en su biografía que es un personaje público; me he dado mí mismo el título de personaje público porque he subido mil fotos mías a las redes desde mi sofá. No soy nadie pero necesito ser una figura pública, como cualquier famoso, como un actor o una presentadora de la televisión.
Y ahora que pasamos más tiempo delante de nuestras pantallas, ya no hace falta quedar en el mundo real con los amigos, ¿de qué vamos a hablar con ellos si ya lo sabemos todo a través de las malditas redes? Sé todo lo que hicieron ayer, lo que cenaron y lo que vieron luego en Netflix, sé con quién han cortado y con quién han empezado a salir; sé dónde han estado de vacaciones y si han estado a gusto en el hotel.
«Se viene cositas» y todo el mundo parece que lo esté petando siempre en su vida profesional. ¿Os imagináis a alguien en sus redes sociales diciendo que está en la puta mierda, desesperado y que busca empleo desde hace tiempo?..Bueno, ese sería yo. ¿Os imagináis un mundo digital en el que las personas de verdad compartieran sus verdaderos pensamientos y preocupaciones, sin estar todo el día pendientes de sus ombligos? Yo, yo, y luego también yo…
Lo peor que ha dado todo este nuevo mundo -refugio- digital es la necesidad de estar opinando todo el día. En esta nueva era digital todo el nudo tiene su «opinión sobre el tema». O te posicionas o mueres, o dices qué piensas o no existes. Da igual el tema, da igual que sea una pandemia mundial, la liga de fútbol o un conflicto en un país del que no has oido hablar en tu vida. Internet crea opinadores. Internet le da voz al tonto nervioso que se ha enfadado porque no entiende lo que pasa a su alrededor, lo estamos viendo en estos últimos tiempos con esa cosa llamada pandemia mundial. Cualquier pensamiento es valido, cualquier opinión, cualquier tesis o estudio. Si está en un blog, en el muro de Facebook de tu prima, o en un web que se ha auto proclamado «oficial», tendrá la misma validez que cualquier otro medio… Y a esto hemos llegado. Ya no es necesario estudiar una carrera, ya no hace falta ser periodista o matemático, o estudiar un montón de años sobre ciencia para opinar sobre partículas elementales, nanotecnologia puntera o sobre los misterios del universo. Manuel, que trabaja de camarero en un bar de barrio, también tiene una teoría sobre lo que está pasando y no para de compartir sus pensamientos en su muro de Facebook, y recibe muchos comentarios. Manuel no sabe de qué cojones está hablando, pero cada vez se va creciendo más y se siente más importante. Manuel es camarero y experto en cualquier materia.